lunes, 5 de enero de 2009

My Silly Bitch

Sus desmedidas ganas de enamorarse le impedían ver con claridad lo que sucedía cada noche en que sin misericordia obligaba a los planetas a que se alinearan con su respectivo ascendente, forzando la confabulación del universo y así pueda encontrarse al fin con su príncipe azul, según su inusual interpretación de “El Alquimista”.

Creía realmente en las señales. Las descifraba y según el caso las inventaba caprichosamente con el afán de no repeler los mágicos mensajes que el destino le encargaba.

El encuentro con su verdadero amor debería también ser mágico, como en un dulce cuento de princesas en el que sólo existe la felicidad. No existe nada más. No existe siquiera el dolor inconsciente que le había causado la ausencia confusa pero determinante de su padre.

En el fondo, seguía siendo una niña inocente, cuyo único pecado era buscar el amor de su vida y pretender que éste no la abandone nuevamente.

No tan en el fondo, era injustamente acusada de dejarse llevar por una libido insaciable, encontrando en más de un hombre una compañía tan volátil como su propia dignidad.

Su príncipe azul llegaría en cualquier momento y ella debería estar atenta esperándolo con sus mejores ropas, radiante y dispuesta a amarlo como ella sería amada también, como siempre terminan los cuentos de princesas.

Una vez más, aquella cama adornada con curiosos detalles románticos fue testigo de la entrega con la que disfrutaba el cuerpo de su visitante.

Su mente sobrevolaba sus sueños más íntimos mientras entregaba sin reparos también su corazón, esperando a cambio ser acariciada con palabras dulces y besos de novela. La calentura de su piel no le permitiría mentirse a si misma. Era él.

Finalmente su príncipe azul llegó.

Ya lo quería. Ya vivía los próximos días, semanas, meses y años inundada de las atenciones que siempre soñó, sin preocuparse más en buscar el verdadero amor, siendo amada el resto de su vida.

Mientras que en la tierra, el príncipe azul saciaba sus intenciones menos felices dentro de ella, pensando en acabar su labor masculina e irse al fin abrumado y hastiado por los cariños imprudentes y exagerados de su amante.

No hubo un beso de despedida, no hubo más caricias. Su príncipe azul se levantó, se puso su armadura y se fue.

Aquella noche una vez más lamentaba su maldita inocencia. No quería creer más, no quería confiar más.

Se llamaba muchas veces tonta. No se daba cuenta que antes de buscar la felicidad en otra persona debería hacerlo en ella misma.

Buscaba un paño delicado para limpiarse lo que quedaba del maquillaje, mientras sus ojos enrojecidos intentaban dejar de llorar.

Mañana, volvería a salir el sol.

Mañana, volvería a esperar el amor de su príncipe azul.

P.D.: Gracias Dianita por el apoyo. Nos vemos un domingo de estos eh..

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